Hoy, 2 de enero de 2009, once y media de la noche, me estoy acordando de todos los parientes del que se le ocurrió empezar las rebajas el 2 de enero. En mi opinión este adelanto se puede convertir en un grave problema de salud pública, sobre todo por el estrés que provoca en un amplio sector de la población, que inocentemente no sabe qué se va a encontrar cuando llega a un centro comercial.
Esto que a continuación relato son las tribulaciones de un pobre desgraciado que acudió a un comercio el primer día de rebajas.
En el convencimiento cierto de que íbamos a encontrar artículos a un precio más económico, mi mujer y yo emprendimos viaje a ese campo de batalla llamado centro comercial (no digo cual para no hacer publicidad, además es que da igual). La primera parte de la misión era conseguir llegar al frente de batalla sin que la moral decayese. Nos montamos en coche y nos pusimos a rodar. Hasta quinientos metros de la llegada todo iba estupendamente, pero sobrepasado ese límite de proximidad el asunto se fue complicando. En un momento determinado surgió ante mí la primera decisión: seguir adelante en una rotonda o girar a la derecha para probar otra entrada alternativa al garaje. Decidí seguir adelante y....¡la cagué!. Justo en la entrada del parking había un agente de la autoridad pegadito a un cartel que decía que el aparcamiento estaba completo y que la entrada estaba por Ronda del Tamarguillo -adivinad..., la entrada que antes no tomé. Si nos paramos a pensar un poco la información del mencionado cartel era incoherente, pero esa es otra cuestión.
Al fin accedimos al centro comercial habiendo malgastado algunos minutos de nuestra vida en dar un rodeo y procedimos al avituallamiento, pues era la hora de la manduca. Como es de imaginar tuvimos que esperar una cola de media hora para almorzar, ya que en días como estos la densidad de población de estos parajes se multiplica por 10 y la gran mayoría tiene la costumbre de alimentarse.
Tras llenar los estómagos nos dispusimos a la batalla. Nuestra moral se había recuperado y teníamos los planes hechos: primero aquí, luego allí, después nos separamos y atacamos cada uno por un flanco, y por últimos nos vemos en el centro. Que fantástica pintaba la cosa a pesar de la bulla, que para el que no lo sepa es un ente colectivo de personas humanas que se mueve por instintos y no distingue amigo de enemigo.
Accedimos al primer establecimiento y el recibimiento fue espectacular: bofetada de calor a dos manos y gente en su estado más salvaje. Como íbamos a tiro hecho, nos movimos rápido, agarramos lo que queríamos sin mucha resistencia y accedimos a los lugares donde establecer nuestros próximos movimientos tácticos: los probadores. En este punto llegué a la siguiente reflexión: los mercaderes en realidad no quieren que compremos muchas cosas y crean las condiciones ambientales más hostiles posibles: calor sofocante y niños sueltos a su libre albedrío, un cóctel mortal.
Entre que salí y entré varias veces en probador para inspeccionar diferentes prendas puede comprobar por mis satélites espías (mis ojos fundamentalmente) que la cola para las cajas crecían siguiendo un patrón exponencial, adquiriendo una longitud que encendió todas las alarmas. -Un inciso para expresar que hacer una cola para pagar me parece de lo más surrealista.
Cuando decidimos que ya teníamos el botín apropiado, no nos quedó más remedio que asaltar una de las citadas colas. Mientras mi mujer quiso comprar algo más, yo me dirigí a una de estas filas, pero cuando observé que para ponerme el último en ella tenía que salir del local, opté por ponerme en otra. Aquí es donde empiezan los problemas de estrés que me han quitado meses o incluso años de vida, seguro. Hasta 45 minutos esperando en cola, de pie, sin un lugar donde apoyarme y sin un tirador de cerveza a medio camino (que hubiera sido un puntazo). Más o menos a tres cuartos de camino aparece mi esposa con unos pantaloncitos y unos calcetines para nuestra hija de tres meses, con una cara de "voy a morir de un soponcio", intentando que tomara alguna decisión sobre las prendas. En aquellos momentos mi neocórtex se había rendido y lo que regía mi voluntad era esa parte del encéfalo más profunda que tenemos en común con los reptiles. Al final nos quedamos con unos calcetines, por quedarnos con algo.
Llegué a la caja, saqué la tarjeta y como no podía ser menos las líneas estaban saturadas y para que saliera el ticket tuvieron que pasar varios minutos y una consulta al encargado. El colmo de la desesperación, vaya. Al acabar salí corriendo y recogí a mi mujer que había caído en cumplimiento de su deber y la saqué de aquel infierno. A la salida solo pensábamos en volver a casa y nos fuimos con el claro sentimiento de haber sido derrotados por el enemigo (mi mujer incluso se durmió en el coche, derrengada).
Hemos jurado que en las REBAJAS, NUNCA MÁIS, pero imagino que el año que viene volveremos a la guerra, el ser humano es muy cansino. Solo espero que por esas fechas caiga un meteorito, o haya un crack económico definitivo, o seamos abducidos por extraterrestres comunistas. Odio el consumismo.
Acabo deseándoos solamente que sobrevivais, suerte.
Esto que a continuación relato son las tribulaciones de un pobre desgraciado que acudió a un comercio el primer día de rebajas.
En el convencimiento cierto de que íbamos a encontrar artículos a un precio más económico, mi mujer y yo emprendimos viaje a ese campo de batalla llamado centro comercial (no digo cual para no hacer publicidad, además es que da igual). La primera parte de la misión era conseguir llegar al frente de batalla sin que la moral decayese. Nos montamos en coche y nos pusimos a rodar. Hasta quinientos metros de la llegada todo iba estupendamente, pero sobrepasado ese límite de proximidad el asunto se fue complicando. En un momento determinado surgió ante mí la primera decisión: seguir adelante en una rotonda o girar a la derecha para probar otra entrada alternativa al garaje. Decidí seguir adelante y....¡la cagué!. Justo en la entrada del parking había un agente de la autoridad pegadito a un cartel que decía que el aparcamiento estaba completo y que la entrada estaba por Ronda del Tamarguillo -adivinad..., la entrada que antes no tomé. Si nos paramos a pensar un poco la información del mencionado cartel era incoherente, pero esa es otra cuestión.
Al fin accedimos al centro comercial habiendo malgastado algunos minutos de nuestra vida en dar un rodeo y procedimos al avituallamiento, pues era la hora de la manduca. Como es de imaginar tuvimos que esperar una cola de media hora para almorzar, ya que en días como estos la densidad de población de estos parajes se multiplica por 10 y la gran mayoría tiene la costumbre de alimentarse.
Tras llenar los estómagos nos dispusimos a la batalla. Nuestra moral se había recuperado y teníamos los planes hechos: primero aquí, luego allí, después nos separamos y atacamos cada uno por un flanco, y por últimos nos vemos en el centro. Que fantástica pintaba la cosa a pesar de la bulla, que para el que no lo sepa es un ente colectivo de personas humanas que se mueve por instintos y no distingue amigo de enemigo.
Accedimos al primer establecimiento y el recibimiento fue espectacular: bofetada de calor a dos manos y gente en su estado más salvaje. Como íbamos a tiro hecho, nos movimos rápido, agarramos lo que queríamos sin mucha resistencia y accedimos a los lugares donde establecer nuestros próximos movimientos tácticos: los probadores. En este punto llegué a la siguiente reflexión: los mercaderes en realidad no quieren que compremos muchas cosas y crean las condiciones ambientales más hostiles posibles: calor sofocante y niños sueltos a su libre albedrío, un cóctel mortal.
Entre que salí y entré varias veces en probador para inspeccionar diferentes prendas puede comprobar por mis satélites espías (mis ojos fundamentalmente) que la cola para las cajas crecían siguiendo un patrón exponencial, adquiriendo una longitud que encendió todas las alarmas. -Un inciso para expresar que hacer una cola para pagar me parece de lo más surrealista.
Cuando decidimos que ya teníamos el botín apropiado, no nos quedó más remedio que asaltar una de las citadas colas. Mientras mi mujer quiso comprar algo más, yo me dirigí a una de estas filas, pero cuando observé que para ponerme el último en ella tenía que salir del local, opté por ponerme en otra. Aquí es donde empiezan los problemas de estrés que me han quitado meses o incluso años de vida, seguro. Hasta 45 minutos esperando en cola, de pie, sin un lugar donde apoyarme y sin un tirador de cerveza a medio camino (que hubiera sido un puntazo). Más o menos a tres cuartos de camino aparece mi esposa con unos pantaloncitos y unos calcetines para nuestra hija de tres meses, con una cara de "voy a morir de un soponcio", intentando que tomara alguna decisión sobre las prendas. En aquellos momentos mi neocórtex se había rendido y lo que regía mi voluntad era esa parte del encéfalo más profunda que tenemos en común con los reptiles. Al final nos quedamos con unos calcetines, por quedarnos con algo.
Llegué a la caja, saqué la tarjeta y como no podía ser menos las líneas estaban saturadas y para que saliera el ticket tuvieron que pasar varios minutos y una consulta al encargado. El colmo de la desesperación, vaya. Al acabar salí corriendo y recogí a mi mujer que había caído en cumplimiento de su deber y la saqué de aquel infierno. A la salida solo pensábamos en volver a casa y nos fuimos con el claro sentimiento de haber sido derrotados por el enemigo (mi mujer incluso se durmió en el coche, derrengada).
Hemos jurado que en las REBAJAS, NUNCA MÁIS, pero imagino que el año que viene volveremos a la guerra, el ser humano es muy cansino. Solo espero que por esas fechas caiga un meteorito, o haya un crack económico definitivo, o seamos abducidos por extraterrestres comunistas. Odio el consumismo.
Acabo deseándoos solamente que sobrevivais, suerte.
1 comentario:
Nosotros lo hemos sufrido hoy, aunque tomando ciertas medidas hemos conseguido librarnos de muchos problemas. La primera ha sido salir temprano, lo que nos ha ahorrado dolores de cabeza y colas en el primer centro comercial. En el segundo, el CI del Manchón, hemos optado por aparcar entre las naves del Manchón, lo que nos ha ahorrado al menos hora y media de cola para entrar y salir.
Por cierto, de rebajas nada, es la segunda vez que veo en la misma gran superficie que el precio de un producto rebajado es considerablemente más caro con la supuesta rebaja. De 69 a 90€ en concreto.
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